martes, 19 de mayo de 2015

A orillas del mar

Por Jessica Cueto


A orillas del mar, una casucha con patio de arena y paredes de tabla... Alta por los calores y pequeña por la pobreza. Allí vivía una familia constituida por una madre, un padre y dos o tres hijas, siempre rodeados de gente; la abuela, los tíos, los vecinos de toda la vida... Alegría con sonido de tambor y salsa nunca faltaron en la casa.
Una de las niñas tenía problemas, siempre triste, siempre encerrada en su cuarto... Estaba enferma. No se sabía con exactitud su padecimiento, pero la preocupación de toda la familia se dirigía hacia ella.
Los negros cumplían rituales, donde la alegría era parte... Cantos, danzas, fuego y viento. Todo era parte de la adoración al Dios que todo lo sabe y todo lo ve, el que daría respuestas a sus plegarias, el que calmaría el espíritu de aquella niña. No era un Dios católico, no se sostenía en sus culpas. Era un Dios de vida, que entendía, que gozaba.
En el patio central se elevaban llamaradas, que se avivaban con baile y tambores. La llama era grande pero nunca quemó nada. Tan cerca de la paja y tan respetuosa, era celebración y súplica.
Como en fiesta de pueblo, la comunidad participaba en la tarima improvisada, con cantos y bailes. El público se entretuvo al ver al padre en la percusión, mientras una de las hijas vestida de gala, con gracia incomparable, movía su vestido al son del tambor. Ambos con fuerza, ambos con amor... Las pisadas y golpeteos en sincronía perfecta, mientras la llama avivaba al colectivo eufórico...
Repentinamente el vestido de la niña empezó a responder con brotes de candela, al son de sus movimientos cada vez más vigorosos. ¡Fuego... fuego! La gente cantaba al  mismo son mientras seguían bailando.
Al finalizar, en calma post-orgásmica quedaron todos sudados, todos con alegría... Eran parte de la danza con fuego, del gozo y la euforia.
Repentinamente de manera fulminante se prendió la casa, llamaradas inmensas naranjas rojizas inundaron la pieza. El silencio atónito de la multitud, miraba la llama que inmensa y viva acababa con todo. Imposibilitados para entrar, la niña que nunca salía quedó adentro, atrapada por la candela, sin que nadie pudiera hacer nada.
FIN


Imagen: Playa de Macuto, 1940. Armando Reverón. Disponible en: http://www.elcambur.com.ve