Por Jessica Cueto
Mi cabello más
que un accesorio, es mi herencia, y aceptarlo me liberó.
Descendiente
de negros, nací a pesar de todos los rezos de mi mamá, con el cabello malo. Abundante,
de hebra fina y rizado, mi cabello se convirtió en el dolor de cabeza de mi mamá,
que se entregaba en jornadas de casi tres horas a la tarea de lavarme,
desenredarme y peinar mi cabellera negra, de manera religiosa todas las semanas,
quedando la tarea diaria, mucho más sencilla, de peinarme mis moñitos, trencitas,
colas, y el sin fin de peinados infantiles apropiados para el domado de mi
melena.
Así
transcurrió mi infancia, sentada en un banquito con olor a aceite de recino, con
templones de cabello, distraída en interminables jornadas de peinado. Mi
cabello al ser tan abundante era inmanejable para mi pequeña e infantil
persona, fue hasta los 11 años que pude y peine mis primeras trenzas, las
cuales significaron el final del arduo trabajo de mi mamá. Rápidamente llegó la
desesperación, el cansancio, la frustración, el complejo y la negación, tener
un cabello tan MALO, era un castigo divino, peinarlo, desenredarlo, hacerlo
lucir bonito, aceptable, era un reto que siempre perdía o quedaba a medias. Por
lo que poco a poco fue naciendo en mi, el anhelo del desriz, el fin de todos
mis sufrimientos.
Fue
hasta los 15 años que desrice mi cabello, y este tuvo una apariencia un poco
decepcionante ya que no era liso, por el
contrario tenía mucho friz, pero para mí era un descanso y mi felicidad no
tenia límites. Pasó un poco más de un año cuando llegue a las manos de una
excelente amiga y peluquera que cumplió mi sueño y me dejó con los cabellos ¡LISOS!
Ahora mi hebra fina se traducía en una melena lisa y pobre a decir verdad, era
un liso asiático un poco raro en contraste con mis facciones negras. A pesar de
lo raro, me cegaba el sueño al fin cumplido, ya no tenía que pelear con mi
cabello, ahora peinarme no implicaba un reto, y lo mejor de todo, cumplía con
los estándares de belleza que rondaban mi cabeza desde muy pequeña.
El
espacio de tiempo entre ese desriz superior y el gran corte ahora se muestra
confuso en mi memoria, porque la verdad me sentía bastante feliz, tan feliz que
decidí ser totalmente libre, y liberarme de la tortura que implicaba aplicarme
un químico tan corrosivo en mi cuero cabelludo, liberarme del secador,
liberarme de la caída compulsiva de cabello, y más importante, liberarme de los
estándares culturales y estéticos que nos fueron impuestos a los negros como
forma de dominación. "Me liberé" como dice la canción, y a pesar de
la amenaza para mi estatus y aprobación social, me corte todo el cabello,
dejando solo lo que había crecido desde mi último desriz.
Y
volví a nacer, fui de nuevo la niña pelo malo, pero sin frustraciones, reconociendo
mi cabello, que resulta que era hermoso. Ahora me sentía libre, feliz, tan yo,
mi cara tenía el accesorio perfecto, mi cabello era apropiado para mis
facciones. Y resultó que no era difícil de manejar, con cariño y dedicación se
ponía bien bonito, mi cabello y yo ahora éramos los mejores amigos.
Mi
cabello era mi herencia, y yo la había negado por mucho tiempo, me había
sentido avergonzada de ella y la había ocultado de la vista ajena. Pero resulta
que fui objeto de la esclavitud, seguí siendo dominada, como fueron dominados
mis ancestros y como son dominados de tantas formas mis hermanos y hermanas
negras. Ahora mi cabello natural es más que una moda, o una opción de peinado,
es más que banalidad femenina, mi cabello es parte de lo que soy, de mi
herencia negra y es una muestra de resistencia al sistema, mi cabello natural
es decir soy negra y qué.
Fotografía:
http://blogs.elpais.com/africa-no-es-un-pais/2013/12/la-mujer-negra-y-el-mito-de-la-belleza-2.html
http://blogs.elpais.com/africa-no-es-un-pais/2013/12/la-mujer-negra-y-el-mito-de-la-belleza-2.html
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