Por Esther Pineda
Publicado originalmente en http://estherpinedag.com/
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Cuando
hablamos de feminismo en su forma abstracta y generalizadora, es habitual
asociarlo a la defensa de los derechos de la mujer blanca, heterosexual, clase
media; olvidamos los diversos matices que ha de tomar lo femenino, la
pluralidad de mujeres, de sus historias, de sus culturas, de sus experiencias,
y las posibles maneras en que habrá de expresar su sexualidad.
No
existe solo un modelo de mujer, coexisten una infinidad de modos de ser mujer,
de ejercer la feminidad y por tanto diversas formas de feminismo.
El
feminismo no ha ni habrá de ser solo uno, su comprensión y manifestación en
estos términos expresaría así un carácter reductívo, castrante, excluyente y
arbitrariamente designado.
El
feminismo tradicional se constituye como un feminismo invisibilizador de la
mujer afro-descendiente, un feminismo que parece exaltar el proceso de sujeción
y coerción a la que ha sido sometida la mujer blanca en nuestras sociedades,
pero que a su vez habrá de obviar la explotación, relegación, esclavitud y sub
valoración a la cual ha sido expuesta y sometida la mujer afro-descendiente en
occidente.
En
un continente donde “lo negro” ha sido asociado al mutismo, la invisibilidad,
la ignorancia, a la noche y en consecuencia a la oscuridad como lugar por naturaleza
inhóspito, desolado y lleno de vicios; se naturalizará la sumisión que le ha
sido atribuida a la mujer afro-descendiente, y se le configurará como objeto
cosificado de placer para y del hombre blanco, en el contexto de una estructura
societal que históricamente la ha marginalizado mediante un constante proceso
de exclusión, relegándola a un apartado y reducido espacio de la vida social.
La
historia de la mujer afro-descendiente se ha definido de acuerdo a la triada de
la opresión: capitalismo, patriarcado y racismo, todos en recíproco apoyo de su
mantenimiento y legitimación, en correspondencia a los criterios de
explotación, exclusión y apropiación de acuerdo a los que el sistema
pre-configuró a la mujer como inferior a lo masculino, y a “lo negro” más aún
por debajo de la condición de ser mujer.
Es
por ello que la mujer afro-descendiente en nuestras sociedades será triplemente
explotada, reducida y subordinada; no solo en relación al hombre, al hombre
blanco, sino también a la mujer blanca.
Estará
subordinada a la mujer blanca como consecuencia de que la mujer negra ha sido
definida y se le exige autodefinirse a partir, y en relación al prototipo
socialmente establecido de la mujer blanca, no encuentra una referente en si
misma, pues todos los agentes socializadores a los que ha sido y es
reiteradamente expuesta operan como socializadores del racismo.
Es
por ello que sus posibilidades de ascenso social, familiar y personal estarán
dispuestas por la efectiva adecuación de la mujer afro-descendiente a los
rasgos físicos, gestuales, actitudinales y comportamentales de la mujer blanca.
Siendo
entonces necesario descentralizar los modos en que estudiamos y cuestionamos el
sexismo, dando espacio a su comprensión en relación a su presencia histórica y
cultural; como asi mismo, redefiniendo la feminidad desde lo femenino, pero
también una feminidad desde “lo negro” mismo.
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