Por
Beatriz Aiffil
Publicado
en Correo del Orinoco, Caracas, domingo 05 de octubre de 2014
Hola,
Comandante.
Te
escribo hoy porque tú sabes qué día es hoy y porque sé que lees el Correo
regularmente como antes, como siempre…
Tengo
tantas cosas que contarte, aunque si el poeta eres tú, como dijo el poeta, qué
puedo yo contarte Comandante. El que asomó al futuro su perfil y lo estrenó con
voces de fusil fuiste tú guerrero para siempre tiempo eterno. ¿Qué puedo yo
cantarte Comandante? También sé que sabes que no es mi letra sino la de otro
poeta pero la he tomado prestada para agarrar fuerza y contarte cosas sin
lastimarte más de lo que debes estar por lo que nos ha pasado esta semana.
Estuvimos
en la Asamblea como tus reporteros. Y bueno, la nota de prensa dice del llanto
de unas madres rotas. Dice del enérgico discurso de un presidente que está
encargado de llevar las riendas de este carruaje donde nos hemos montado contra
todas las adversidades nacionales e internacionales. Dice de tus hijas transmitiendo
aplomo y coraje. De la dulzura de tu florecita y de la fuerza de tu María. Dice
también de la juventud resteada con esta revolución porque nacieron con ella.
Dice del himno cantado por ti con bandera a media asta bajo una medialuna
triste sin estrellas.
Estuvimos
en la Asamblea como pueblo. Y la nota de pesar porque ya no es nota de prensa
dice de la rabia contenida, dice de un pueblo que pierde otro soldado puesto
desde muy joven a la orden de tu ejército patriota. Y a otra soldada, su
compañera. Dice de un pueblo que asistió a darse una palmada en el hombro en
obvia autoconvocatoria a seguir luchando a pesar de los pesares, cada vez con
más fuerza para llevar adelante este proceso de cambios a nuestro favor. Y
también tengo que decirte, Comandante, que no entiendo por qué todavía la cosa
no se ha revertido, es decir, por qué no es el pueblo quien tiene el privilegio
de entrar primero y sin tanto sometimiento que lo obligue a palanquear, a
chapear o a retratarse con la farándula si esto es una revolución. Y más si
estos muertos son pueblo y sus madres ¡tú hubieras visto a la mamá de María y a
la de Robert!, son pueblo-pueblo. Entonces ¿por qué el pueblo-pueblo, el que de
verdad pone el pecho, aún no tiene derecho a entrar por la puerta grande y con
honores? ¿Por qué se les pone alcabala para velar a sus propios muertos?
Deberías
pararte al lado de la muchedumbre y escuchar atentamente lo que dice y lo que
quiere decir. En nuestro jardín no todo es bello pero no hay temor.
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