Por Esther Pineda
Publicado originalmente en http://estherpinedag.com/
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“El ser es lo que los hombres
hablan” (Gorgias), es decir, a
partir del lenguaje se construye y deconstruye al ser social; de su nominación
dependerá su visibilidad y reconocimiento, de su omisión o nominación
descalificada su invisibilización y exclusión.
Sin duda, los europeos
herederos de una tradición filosófica, bien lo comprendieron, pues
efectivamente asumieron que mediante la asignación de un lenguaje
discriminatorio seria posible institucionalizar, transmitir y mantener el
racismo.
En este contexto el lenguaje
sin duda se constituyó como un elemento significativo en el proceso de
construcción de una sociedad jerarquizada, instaurándose como elemento de
fomento, legitimación e institucionalización de las desigualdades.
De este modo el término
“negro/negra”, fue empleado para denominar a las personas africanas
secuestradas y esclavizadas, como a sus descendientes (afrodescendientes)
nacidos en territorio americano; no obstante, dicha nominación cumpliría una
clara y definida función social, la cual seria: diferenciar a todo individuo no europeo, descalificarlo y
subordinarlo por el color de su piel.
Así, “Lo negro” fue asociado
al mutismo, la invisibilidad, la ignorancia, a la noche y en consecuencia a la
oscuridad, como lugar por naturaleza inhóspito, desolado, desapacible y lleno
de vicios, en efectiva contraposición a lo blanco.
Por ello, no es azaroso que
en nuestro lenguaje cotidiano y representaciones icnográficas, “lo negro” se
encuentre estrechamente asociado a tipificaciones envilecedoras, vinculado a lo
malo, la desgracia, la desdicha, lo perjudicial. El mercado negro (contrabando,
venta, distribución o intercambio clandestino e ilegal de bienes y servicios),
el jueves negro (desplome de la bolsa de valores de nueva york), humor negro
(satirización de situaciones sociales oscuras, dolorosas, polémicas), un futuro
negro, gato negro (símbolo de mala suerte), dinero negro (aquel proveniente de
actividades delictivas), magia negra (brujería), entre otros; los cuales son
solo una muestra del carácter significantemente vilipendiado de la negritud.
No obstante, el término
“negro”, por si mismo, no posee una carga negativa o degradante del sujeto
social, por el contrario, sería en el contexto antes descrito donde le fueron
atribuidas significaciones negativas y peyorativas sobre la negritud. Por ello se
hace necesaria la rigurosa diferenciación entre los contenidos simbólicos, como
así mismo, la efectiva y eficiente distinción entre las designaciones del
sistema racista, pues sin duda no será lo mismo “negro” que “negreado”.
El ser “negreado”, sin duda constituye un acto de
diferenciación violenta y excluyente, sin embargo, pese a la injerencia,
penetración, e intentos de desarticulación y erradicación de la cultura
africana autóctona por parte del europeo esclavista, lo “negro” en nuestras sociedades latinoamericanas y
caribeñas permitió la construcción de una identidad, fundamentada en la
experiencia racializada común (la descendencia africana, el secuestro y
movilización forzada, como su consecuente y aún vigente discriminación a través
de la ideología racista).
Por ello debemos ser
cautelosos (as) al plantearnos la supresión absoluta del término negro y su
sustitución incuestionable por el término afrodescendiente, haciéndose
necesario reflexionar si nos encontramos frente una diferenciación liberadora o una resignificación excluyente.
Los esfuerzos de los
pensadores(as), lideres(sas) y movimientos afrodescendientes, deberán estar
orientados a presentar a los actores sociales el origen de estos contenidos,
sus significados, los contexto en los cuales surgieron y se han hecho
manifiestos, su carga ideológica, a partir de lo cual este sujeto
históricamente oprimido como también el tradicionalmente opresor comprenda la
génesis de su situación y pertenencia de clase.
De este modo, la liberación
del yugo colonizador que aún nos oprime solo será posible en la medida en que a
los actores sociales les sean facilitadas las opciones y herramientas
históricamente negadas; permitiendo que el sujeto se encuentre en capacidad de
abordar su situación social específica y diferenciada; como además, establecer
los criterios para la construcción de su historia, pensamiento e identidad,
desde su experiencia, contextos y significaciones que le son cómodos y comunes.
Intentar imponer la
afrodescendencia como identidad única y absoluta será un acto trasgresor, similar
a la dinámica operativa del europeo esclavista y explotador, degenerando en la
profundización de la situación de foráneo social de
este grupo socialmente excluido y discriminado.
La afrodescendencia debe
presentarse como una invitación, como
llamado al conocimiento, la identificación y en consecuencia al
autoreconocimiento. De lo contrario, la dignificación de la negritud y la
descendencia africana habrá de convertirse en la tiranía de la
afrodescendencia.
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